Solo que en lugar de seguir estrellas de gas y plasma, como la que habría orientado a Melchor, Gaspar y Baltasar, las mías son de papel y tinta.

En todo caso, ambos astros, los que penden en el firmamento y los que descansan en las bibliotecas, cumplen la misma función: iluminar para guiar.

Lo saben los marineros que acatan las rutas de las constelaciones y los lectores que siguen las huellas de los personajes literarios.

Navego en los libros, esos universos de espacio-tiempo, con la ilusión de desentrañar aunque sea un poco los misterios de los hoyos negros de la vida, las estrellas fugaces del presente y las caprichosas órbitas del misterio.

Leer es como asomarme, en lo más profundo de la noche, a un telescopio cuyos lentes y espejos curvos me acercan a los cuerpos celestes de la palabra, para tratar de ver con mayor claridad, dilucidar, desenmarañar la oscura y turbulenta estructura de polvo y rocas de esos cometas que llamamos dudas.

Mi mente es una galaxia que necesita poner un poco orden y claridad en medio de la agitación que producen miles de millones de partículas que no cesan de agitarse.

Soy una pequeña réplica del espacio en donde siempre vagan los asteroides de la rebeldía, el libre albedrío, la insatisfacción, el aislamiento, la indignación, el absurdo.

“Cada cabeza es un mundo”. Cada cerebro es un planeta con suficiente masa crítica para generar cuerpos de ideas, conceptos, opiniones, imágenes, creencias, pensamientos, modelos, sensaciones, sospechas, hipótesis, convicciones, abstracciones.

En vez de un ser humano, quizá debí ser un satélite pues no paro de girar. ¿Una de los sesenta y siete lunas de Júpiter? Catorce de ellas aún no tienen nombre, pero las restantes cincuenta y tres sí: Europa, Amaltea, Calisto, Tebe, Ananké, Carmé, Himalia, Carpo, Sinope, Metis, Arce, Temisto… ¿cuál de ellas sería?

Repito: soy un lector en busca de estrellas. Leo para intentar comprender, descifrar, interpretar, distinguir, asimilar, penetrar, conocer…

El Universo está lleno de letras que orientan.

Las estrellas titilan, centellean, tiemblan en los libros.

Bien lo dijo el astrónomo Carl Sagan (1934-1996): “Somos polvo de estrellas reflexionando sobre estrellas”.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote