Las he visto solo de la cintura hacia abajo, pues en cuanto abro el libro donde las escucho nadar, chapotear y cantar, se apresuran a consumirse en las costuras que sostienen a las hojas.

He estado a punto de sorprenderlas en A ras del suelo, Don Quijote de la Mancha, Mulita Mayor, Zorba el griego, Gentes y Gentecillas, Lolita, En una silla de ruedas, El castillo, La estación de fiebre, El misterio de la mosca dorada y El año de la ira.

Obviamente tienen un pacto de silencio con los diversos personajes literarios, pues cuando interrogo a estos sobre la presencia de los seres marinos mitológicos, responden no saber nada y no haber visto ni escuchado nada.

“La verdad, no me acuerdo, señor juez”, me contestó el pícaro de Tío Conejo.

Noé, el patriarca que construyó el arca para enfrentar el diluvio universal, tampoco me brindó información, y eso que vi al menos tres colas de sirenas sumergiéndose en el día veinte de la inundación.

Incluso, froté la lámpara de Aladino con la intención de que surgiera un genio y me explicara qué está pasando en mi biblioteca, pero me respondió una grabadora que me pidió dejar el mensaje.

Me he sentido tentado a consultar a las sirenas del poema épico Odisea, del aedo griego Homero; sin embargo, a última hora he desistido pues conozco las graves consecuencias de acudir al llamado de sus cantos.

Aclaro que quiero saber simple y sencillamente para salir de la curiosidad, entender porqué de pronto las sirenas nadan en los océanos de palabras y signos de puntuación de textos donde no solían aparecer.

Lo que más me alegra de esta situación es el hecho de comprobar una vez más que los libros no son objetos inertes, sino llenos de vida. En años anteriores he escuchado los cascos de Rocinante en el Diccionario de americanismos; la tos de El enfermo imaginario en Fábulas de Esopo, y al flautista de Hamelín en El señor de los anillos.

¡Una maravilla, en especial en estos tiempos de pandemia, contar con una biblioteca exultante de vida, animación y vitalidad!

JDGM