Ayer, al final del día, me puse a leer un libro de poemas… y de repente hice un repaso mental de los rincones más sombríos de casa.

Uno de ellos, la casetilla que protege al tanque de agua caliente. Un sitio habitado por algunas arañas que aprovechan la falta de luz para cazar.

Debajo de mi escritorio. Tanto que cada vez que algo cae sobre el piso de ese espacio, me veo obligado a realizar la búsqueda con la ayuda de un foco.

El cielo raso, por supuesto. Que lo diga el técnico de Internet que tuvo que reptar en ese sitio para reparar una conexión.

La habitación donde veo televisión. La única ventana que posee da a un cuarto de luz, pero está bloqueada por un librero.

El baño de la tina por las noches. ¡Un deleite tomar un baño a oscuras, con jazz y una copa de vino.

Debajo de mi cama.

Y, tengo que mencionarlo, el libro de poemas de la alemana-estadounidense Hannah Arendt (1906-1975), influyente filósofa y teórica política reconocida como una de las pensadoras más importantes del siglo XX.

Escribió, entre otras obras, La condición humana, Entre el pasado y el futuro y La libertad de ser libres… inquilinos de mi biblioteca.

Poseo también un ejemplar de su libro Poemas, publicado por la editorial española Herder.

Leer esos textos, toda la poesía de Arendt, equivale a internarse en un territorio oscuro habitado por la noche, las sombras, nebulosas, palabras que muy presentes en tales poemas.

“Nuestra patria son las sombras”, afirma la autora en la penúltima estrofa de Canción nocturna.

Se trata de poemas que hablan del sufrimiento, dolor, pérdida, ausencia, muerte, añoranza, ruptura.

Entonces entra en juego la noche, donde el sueño es evasión, conciencia anestesiada, pausa ansiolítica pues al día siguiente se tiene una nueva cita con la cruda realidad.

Olvidé citar otro lugar oscuro: mi mente…

JDGM