Tenemos mucho que aprender de las palabras. Por ejemplo, el arte de la seducción.

¿De cuáles artificios se valen determinados vocablos para atraernos con un guiño de vocales o un perfume de consonantes y atraparnos en sus redes tejidas por arañas gramaticales?

Me pregunto cómo lo logran.

Todo un misterio para mí.

Una y otra vez tropiezo con términos que me conquistan y enamoran, voces que se las ingenian para sumergirse y bucear en las cartilaginosas aguas de mis nervios ópticos, o practicar la espeleología en las carnosas cavernas que conducen hacia mis oídos.

Sea que naden con tanques de oxígeno asidos a sus espaldas o exploren con cascos de mineros, ciertas palabras nunca encuentran el camino de regreso; quedan atrapadas en la memoria.

No sucede con todos los vocablos, pues algunos son tan poco atractivos o interesantes que no pasan de ser garúa que se evapora antes de besar el suelo o chispas que se extinguen en cuanto se desprenden del tizón.

Asombro, bramadero, musgo, chubasco, silencio, olvido, piel, humedad, barrica, alforja, fogón, tertulia, follaje, marea, menguante, corteza, huella, aliento, naufragio, cantinela, estribillo, galope, nocturno, fugaz, orgasmo, sensual, destello y péndulo…

… soledad, bondad, ternura, poro, ausencia, bolero, candil, sutil, ocaso, crepúsculo, hamaca, camarote, estación, caudal, gofio, libar, polvo, ventana, campanario, orégano, góndola y luciérnaga son algunos de los muchos términos que forman parte de mi galería de voces favoritas.

Se trata de una colección que crece cada vez que abro un libro y leo.

Hace pocos días sumé la voz bogavante, que descubrí en la página cuarenta y siete de la novela Mar abierto, del inglés Benjamin Myers. Se trata, según el Diccionario de la Lengua Española, de un crustáceo marino, decápodo (esta palabra no me gusta), de color vivo, muy semejante por su forma y tamaño a la langosta”.

Supe que había química entre esa palabra y yo en cuanto la leí y se me alegró la vista, pero me enamoré de ella apenas la pronuncié en voz alta y mis oídos le dieron el visto bueno. Al decirla, tuve la extraña pero placentera sensación de sentir que en mi boca se deshacía un cubo de hielo bañado en whisky.

¿Qué poder tienen esos vocablos que saltan desde las páginas, se aferran a nosotros y no nos sueltan nunca? ¿Por qué algunos términos pasan por nuestras vidas sin pena ni gloria pero otros se adhieren a las paredes del vocabulario?

¿Por qué hay voces que son como hermanas, amistades entrañables, delicioso sorbo de vino, pero a otras las rechazamos y ahuyentamos, amargo trago de vinagre?

Todo un misterio el poder seductor de las palabras. Tenemos mucho que aprender de ellas, en especial de las inolvidables, esas que dejan huella (una de mis voces favoritas).

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote