No se trata, por supuesto, de cualquier puerta, sino de una muy especial: la que permite ingresar en la casa o apartamento que posiblemente alquilemos o compremos.

Una vez que traspasamos esa entrada, todos nuestros sentidos entran en acción pues no queremos pasar por alto ningún detalle, en especial aquellos que resultan claves para decidir si estamos dispuestos o no a habitar en esa morada.

La vista es el primer aliado en activarse. Gracias a ella, reparamos en la disposición de los distintos espacios: sala, comedor, cocina, habitaciones, baños, cuarto de pilas, patio, cochera…

El olfato juega un papel importante, pues un olor agradable seduce, pero uno fétido, ahuyenta.

La participación del tacto es vital. Hay que palpar paredes, ventanas, muebles, cielo raso, grifería… el lenguaje de las texturas y las superficies.

¿Qué decir del oído? Nuestro aliado número uno a la hora de escuchar los sonidos del silencio y los ruidos de alerta. Bendecimos los pisos firmes y maldecimos los que crujen mientras caminamos sobre ellos.

El gusto no se queda atrás. De alguna u otra manera, saboreamos todo lo que nos resulta delicioso de esa experiencia, mientras que nos ponemos a la defensiva con los bocados agrios o ásperos. Siempre nos la ingeniamos para masticar las señales.

Igual cuando cruzamos el vano de papel y tinta de algún libro, ese instante en el que pasamos entre el dintel de la imprenta y el umbral editorial.

A partir de allí todo es explorar y descubrir.

La vista desnuda las palabras; el olfato, nos revela el aroma de la historia; el tacto, acaricia la piel del relato; el oído, escucha las voces de los personajes, y el gusto nos avisa si vale la pena morder más, masticar, engullir.

Todo un momento mágico abrir la puerta de un texto, adentrarnos en la alcoba donde duerme Madame Bovary; la cocina donde prepara los manjares Gabriela, la de clavo y canela; el baño donde tocamos la piel enjabonada de Tieta de Agreste; el ático donde hablan Dulcinea del Toboso y Teresa Panza, y el comedor donde Sherezade sirve las historias que saborea el sultán.

Eso es parte de lo que mi yo lector ha estado haciendo en los últimos días: evocando aquellos momentos en los que abrí y atravesé las puertas de novelas literarias que me marcaron: Zorba el griego, Gargantúa y Pantagruel, y Mi tío Napoleón.

Precisamente el viernes pasado, 10 de marzo, me encontraba leyendo las primeras páginas de Monjas y soldados, una novela de la escritora irlandesa Iris Murdoch, en una cafetería de Lincoln Plaza cuando un amigo que se acercó a saludarme me dijo: “¡Empezando a leer un libro! ¡Qué dichoso! ¿Verdad que es un momento muy especial?”

¡Por supuesto que lo es! Comparo esa experiencia no solo con el acto de atravesar una puerta, sino con la imagen de Adán y Eva descubriendo los placeres del paraíso.

José David Guevara Muñoz
Editor de
Don Librote