¿Tiene usted libros en su casa? Si la respuesta es sí, permítame darle un consejo: en caso de que tenga que levantarse durante la noche procure hacer el menor ruido posible, pues como dice el título no hay nada peor que un personaje literario desvelado.

Lo digo por experiencia propia. Más de una vez he hecho bulla al ir al baño, a tomar agua en la cocina o tranquilizar a mi perro y después me ha resultado imposible recuperar el sueño por culpa de los inquilinos editoriales a los que desperté de manera involuntaria, pero descuidada.

Un personaje literario al que sacamos del sueño profundo se transforma en un ser sumamente vengativo, alguien que hará hasta lo imposible para pagarnos con la misma moneda y más.

En estas circunstancias no hay disculpa ni propósito de enmienda que valga. Los amigos de papel y tinta no entienden de perdones cuando son objeto de una dosis de insomnio. Para ellos no vale el “fue sin querer” o el “prometo no volver a hacerlo”.

La primera vez que experimenté esto fue durante una noche de diciembre de hará unos veinte años atrás en la que desperté a K, el protagonista de El castillo, de Franz Kafka, al tropezar con una silla en la oscuridad.

Retorné a la cama al cabo de cinco minutos y allí estaba ese personaje literario dispuesto a contarme en voz alta la trama de la novela en que mora. ¡Nunca en mi vida he odiado tanto a un agrimensor!

Lo mismo me sucedió con Sherezade, de Las mil y una noches, solo que a ella la desperté con el motor de la licuadora que encendí para preparar un antojo nocturno: un vaso de leche caliente.

¿Cómo se vengó esa astuta mujer? Frotó una lámpara maravillosa y le pidió un único deseo al genio del desvelo. ¿Hace falta especificar la solicitud?

Ya sabía yo que el cíclope Polifemo era sumamente rencoroso, pero tuve la desdicha de constatarlo la ocasión en que cerré con mucha fuerza la puerta del servicio sanitario.

Ese personaje de Odisea, poema épico de Homero, se pasó el resto de la noche gritando su ya conocida oración “¡Nadie me hizo daño!”

No menos cruel fue Dulcinea del Toboso, quien se presentó en mi habitación con el cura Pero Pérez, a quien le pidió leer El curioso impertinente. En vano traté de bloquear mis orejas con la almohada.

Podría extenderme detallando mis insomnes experiencias con La casada infiel, de García Lorca; Oliveira, de Rayuela, Tía Ballena, de los Cuentos de mi tía Panchita, y Tata Mundo, de Fabián Dobles, pero prefiero pasar esas páginas, superar tales episodios.

Lo importante es que ustedes queden advertidos para que tomen las precauciones del caso.

Un último consejo: cuídense en especial de no despertar a Pinocho, ya que nada nos priva tanto del sueño como la mentira.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote