Hace quizá unos veinte años entrevisté a un político costarricense que en ese entonces estaba siendo fuerte y ácidamente cuestionado debido a una serie de denuncias públicas en su contra.

Le pregunté, como periodista de temas políticos en el diario La Nación, si se sentía angustiado ante el bombardeo de críticas y señalamientos que recibía cada día en el plenario legislativo y a través de la prensa.

Palabras más, palabras menos, esta fue su respuesta: “Mire, en la política hay que ser como una tortuga: tener un caparazón que le permita a uno recogerse por completo y refugiarse mientras cae el aguacero torrencial. Una vez que la tormenta pasa, porque no hay tormenta eterna, ¡y menos en este país!, uno sale paulatinamente del encierro y vuelve a su vida normal”.

Mi concha, cuando necesito aislarme más de lo que acostumbro, no es como la de esos reptiles que caminan lento: constituida por placas de hueso y cubiertas de escamas que le dan dureza.

La mía, mi placa protectora, son los libros. En ellos me enclaustro y aparto del entorno cada vez que mi estado de ánimo así lo requiere.

Es, entonces, una caparazón constituida por placas de papel y escamas de tinta que me permiten encerrarme como un ermitaño o un anacoreta.

Pienso en esto cada vez que me reencuentro con la página 22 del libro Leer es un riesgo, de Alfonso Berardinelli, mrodaz y brillante crítico literario italiano.

La lectura, dice ese intelectual nacido en 1943, nos procura “sosiego y distancia”.

Ese es uno de los beneficios que más disfruto y valoro de la lectura. En un mundo donde el ruido grita, me resulta placentero encuevarme gracias a las historias maravillosas, los personajes inteligentes y las ideas sugestivas que encuentro en la inmensa mayoría de inquilinos de mi biblioteca.

La concha editorial me permite aislarme aún más si estoy solo (en casa); estar a solas conmigo si me encuentro medianamente acompañado (una cafetería), y desconectar el vocerío de las multitudes (bulevar de la Avenida Central).

Todo ello para beber un refrescante sorbo de sosiego y masticar el manjar de la distancia. Si hay algo que tengo claro es que soy una de esas perso nas que transitan por la vida con un rótulo de “Mantenga la distancia”.

Sí, necesito espacio, aire y soledad para reunirme y conversar con mi esencia. Esto me lo permiten los libros que leo, ejercicio placentero con el que corro el riesgo de abusar del aislamiento.

Una vez que me tranquilizo, porque aclaro malentendidos y hago las pases con mi sustancia, salgo del caparazón dispuesto a caminar y nadar a mi ritmo.

Mi biblioteca no es más que una hermosa colección de tortugas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente