El mejor abrazo que se le puede dar a un escritor es leer su obra; en especial, si se encuentra en la mira de un tirano casado con una bruja.

Fue precisamente lo que hice con el nicaragüense Sergio Ramírez entre las 3:30 p.m. del sábado pasado y las 4:24 a.m. de este lunes.

Ceñí entre mis brazos de lector a ese autor, premio Cervantes 2017, contra quien pesa una orden de captura en su país desde el pasado 8 de setiembre “por incitar al odio”.

A lo largo de esas 37 horas, en las que también dormí, tomé café en familia, planché una camisa, cociné frijoles y realicé otras actividades, leí la más reciente novela de ese intelectual: Tongolele no sabía bailar (publicada por Alfaguara).

Se me ocurrió que comprar y devorar ese libro era la menor manera de solidarizarme con ese hombre de letras al que he tenido el privilegio y el gozo de leer y escuchar en vivo en múltiples ocasiones, y a quien el 24 de setiembre del 2015 (hace seis años) le obsequié una de mis plumas fuentes en el vestíbulo del Teatro Nacional, cuando vino a presentar su novela Sara.

Un baile de máscaras, publicada en 1995, fue la primera obra que leí de ese escritor; aquella vez me sumergí en su relato por el puro placer de leer, pero ahora, 26 años después, leo a este autor para respaldarlo en sus valientes denuncias contra el régimen de Daniel Ortega, el dictador que se robó la revolución que acabó con el déspota Anastasio Somoza Debayle.

Espero que pronto se hagan realidad las palabras del también autor de Adiós muchachos, Sombras nada más, Margarita, está linda la mar, La fugitiva, Castigo divino y ¿Te dio miedo la sangre?, entre otras novelas: “Ortega puede durar algún tiempo, pero caerá”.

Precisamente, Tongolele no sabía bailar se desarrolla en el contexto de las protestas cívicas que tuvieron lugar en el 2018 en Nicaragua y que fueron reprimidas de manera violenta por la Policía Nacional y los cuerpos paramilitares fieles al tirano y la bruja; entre ellos, el oscuro “Tongolele”, apodo del comisionado Anastasio Prado.

No voy a entrar en detalles de la trama, por consideración a quienes empiezan a leer ese libro o planean hacerlo. Sin embargo, no puedo dejar de referirme al burro que se menciona en la página 308: un pobre animal que pasó toda su vida enyugado a una muela de piedra, dando vueltas para sacar aceite de la palma de coyol.

“¿Será que este país (Nicaragua) es como aquel burro, que sólo puede dar vueltas y vueltas, uncido a una piedra?”, pregunta el inspector Dolores Morales.

Otra personaje, doña Sofía, expresa: “Lo más triste del caso es que el burro de tiempo en tiempo se rebela, revienta el mecate y cree que es libre; mas no sabe que lo volverán a pegar a la piedra de molino los mismos que lo ayudaron a zafarse”.

¡Pobre Nicaragua! El abrazo de mi lectura es también para ese sufrido pueblo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote