En efecto, no voy a repetir lo que ya dije en el título de esta nota. Con una vez basta; es más que suficiente.

Actúo así porque no quiero vivir la misma experiencia del protagonista de Tromsø, historia escrita por el mexicano José Israel Carranza (1972) y publicada por Malpaso Ediciones.

Ese pobre personaje se la pasa repitiendo todo lo que le dice a otras personas pues “nunca o casi nunca logra que se le entienda a la primera”.

Repetirle el destino al taxista, la respuesta al reportero, a la vendedora de cigarros, al cajero que lo atiende en el banco, al dependiente de la tintorería. ¡A todo el mundo!

Cada día se ve obligado a escuchar las mismas preguntas de siempre: “¿Perdón?”, “¿Cómo dijo?” y “¿Qué?”, así como el “Disculpe, no lo escuché”.

Lo peor del caso: hay ocasiones en las que ni siquiera él mismo entiende lo que se dice a sí mismo.

Triste, muy triste, imaginarlo ensayando una y otra vez las palabras que va a pronunciar en diversas circunstancias, para que al final, en la hora de la prueba, tenga que repetir lo que dijo.

Aún no he llegado a leer (si es que se explica en este relato) la causa del problema que padece ese hombre.

Lo que sí parece estar claro es que su vida representa la soledad, el aislamiento, la exclusión que sufren muchos seres humanos en un mundo que cada vez los entiende menos y los obliga a vivir dentro de una burbuja.

Individuos que viven enclaustrados, recluidos, confinados e inconexos pues nadie o casi nadie se esfuerza por escucharlos y comprenderlos.

¿El resultado? Una impuesta y amarga soledad, aún cuando se transite entre multitudes.

Una fábula de nuestro tiempo…

JDGM