Abrigo morado con puntos negros, camisa lila, pantalón de mezclilla, zapatos casuales, una mochila SwissGear colgando de ambos hombros y, ¡muy importante!, un libro bajo el brazo derecho.

Pelo largo y canoso, un poco desordenado por el viento travieso de diciembre. Hombre alto, quizá un metro noventa, y anciano, no menos de 80 años.

Se trata de una de las tantas personas mayores de 65 años que esta mañana recibieron su tercera vacuna contra el Covid-19 en el vacunatorio del mall Plaza Lincoln, a donde yo acudí para acompañar a mi madre.

Me vi reflejado en dos características ya mencionadas de ese señor: la mochila, soy un adicto a ella, y el libro, mi vicio mayor.

De hecho, yo portaba también un bolso de ese tipo, en el cual había dos novelas de la estadounidense Marilynne Robinson, En casa y Gilead, y un ensayo del mexicano Leonardo da Jandra, Filosofía para desencantados.

Les quedo debiendo el nombre de ese lector que hoy madrugó, así como el título del libro con el que se entretuvo mientras llegaba su turno de recibir la vacuna.

A él, como a otras personas, una amable y divertida funcionaria de salud le preguntó si ya tenía más 18 años de edad y si contaba con permiso del Patronato para andar en la calle a esas horas del día. “¿Qué tal es usted bailando? ¿Se la juega? Porque dentro de unos minutos va a moverse con el baile de la silla caliente”.

Esa enfermera se refería al hecho de que en el último tramo de la fila hacia el vacunatorio las personas tenían que pasar de una silla a otra constantemente.

Así lo hizo aquel anciano que sentado o de pie siguió leyendo, inyectándose una dosis de lectura para protegerse del peligroso coronavirus de la ignorancia.

Luego lo vi de nuevo desayunando en el restaurante Johnny Rockets y caminando cerca de la tienda Yamuni. No me malinterpreten, no lo estaba siguiendo, se trató de encuentros casuales. Además, ¿cómo iba a seguirme a mí mismo pero con 20 años más? Me faltan dos décadas para alcanzarme.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote