Una amiga me llamó hoy por teléfono para contarme, sumamente sorprendida, lo que le ocurrió ayer en una librería josefina…

Resulta que ingresó en un local, cuyo nombre me reservo, y preguntó si tenían el libro de ensayos Las indómitas, de la escritora mexicana Elena Poniatowska.

La persona que la atendió la “corrigió”: “Se llama las indomitas” (así, sin acento; de un plumazo, ese vocablo pasó de esdrújula a grave).

–No -dijo mi amiga-. Las indómitas.
–El título es Las indomitas -insistió con terquedad la vendedora.
–¿Lo tienen o no?
–Déjeme buscarlo en el sistema (la mayoría de los libreros modernos se apoyan más en la tecnología que en la lectura)… Aquí no está Las indomitas, pero puede encontrarlo en esta tienda…

Mi amiga, interesada en comprar dos ejemplares de esa obra -uno para ella y otro para una cumpleañera- viajó hasta la otra tienda. Entró y preguntó por Las indómitas.

La misma historia, pero esta vez multiplicada por dos, pues fueron dos empleados quienes insistieron en afirmar que el verdadero título es Las indomitas.

“¡Por Dios! -pensó mi amiga-, ¿no están viendo que el título lleva tilde en la o de indómitas?”

Lo bueno fue que en ese local sí pudo adquirir los dos ejemplares que quería. Lo malo, que dos libreros se aferraran a pronunciar mal el título del libro.

Puedo hacer un esfuerzo para aceptar que al idioma se le asesine en determinados ambientes o esferas, pero me cuesta mucho creer que esto ocurra en una librería, un establecimiento que es una especie de templo de la palabra.

¿Será que algunas librerías se están contagiando de los habituales vicios ortográficos de las redes sociales? ¿Pandemia gramatical? De ser así, en este caso no hay mejor mascarilla y vacuna que la lectura.

Claro, no está demás una frotadita diaria con el diccionario…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote