Peg, de 84 años; Regina, 85; Daisy, 87; Abigail, 94, y, la mayor de todas: Georgiana, con 102.

Así se llaman las cinco integrantes de un grupo de amigas que comparten -entre otros gustos e intereses- la pasión por la lectura. Devoradoras de libros.

Las conocí en la novela El verano sin hombres, de la escritora estadounidense Siri Hustvedt (1955), autora también de La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, Todo cuanto amé, Los misterios del rectángulo y Una súplica para Eros, entre otras obras.

Daisy es la madre de Mia, la protagonista de la primera de esas historias. Otro día les hablaré de esa mujer de 52 años; ahora quiero enfocarme en aquel clan de lectoras.

Me entusiasma la idea de contar con un grupo de amistades lectoras que le inyecten una buena dosis de placer a los últimos años de mi vida.

Sí, una especie de club privado o, como dicen ahora, petit comité, con el cual disfrutar de la tertulia literaria en la grata compañía del café, el whisky o el vino, y -por supuesto- el pan, el queso, el jamón, las aceitunas, los espárragos, el salmón y otros manjares.

Me encantaría ser parte de una cofradía de hombres y mujeres que piensen, opinen, rían, aplaudan, cuestionen, contradigan y gocen de los textos de Sor Juana Inés de la Cruz, William Shakespeare, las hermanas Brontë, Miguel de Cervantes, Carmen Lyra, Franz Kafka, Ana Istarú, Fernando Pessoa, Yolanda Oreamuno, Carlos Luis Fallas…

Una hermandad donde en vez de hablar de enfermedades, frotadas con Zepol, remedios caseros, citas en el Ebais y Viagra, se converse de cuentos, poemas y novelas (¿no les parece más interesante?).

¡Ha de ser maravilloso envejecer entre palabras y amistades que amen el verbo! Empuñar más libros que bastones, peinar más páginas que canas y sacudir más estantes que sábanas.

Me gustaría, ¡mucho!, una ancianidad en compañía de amistades lectoras.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote