Si algo me gusta de las bibliotecas es que son sitios donde está permitido preguntar, cuestionar, ejercer la curiosidad y mostrar sin pena ni reservas los signos de interrogación que cargamos sobre los hombros o en los bolsillos.

En estos rincones olorosos a papel y madera se vale decir “no sé”, “no entiendo”, “me declaro ignorante” o “alguien que me explique por favor”.

Y ese alguien es un libro.

Los libros son amigos que no se mofan de nuestro desconocimiento ni se escandalizan al descubrir todo lo que no sabemos.

Todo lo contrario: disfrutan intensamente los encuentros con lectores humildes que no enjaulan las interrogantes, sino que las dejan volar con absoluta libertad.

Una biblioteca es un espacio que invita a explorar, indagar, examinar, escudriñar, analizar, escarbar, rebuscar, sumergirse, profundizar.

Ellas tienen abiertas las puertas para quienes tienen hambre y sed de aprender. Ellas acogen en sus brazos a todas las personas que cultivan y celebran la aventura de investigar.

Se trata de lugares que ríen y aplauden cada vez que conocen a gente deseosa de entender el mundo, los misterios de la vida, las incógnitas de la realidad. Es decir, hombres y mujeres que ansían pensar por sí mismos en vez de limitarse o conformarse con engullir la información que otros les dan ya masticada.

Las bibliotecas son sitios donde son bien recibidas las personas que se niegan a aceptar “verdades absolutas”, “últimas palabras”, “versiones oficiales”, “certezas sospechosas”, “dogmas infalibles” o explicaciones manipuladas.

Dicho con otras palabras: surcos fértiles para mentes insaciables, espíritus libres, almas rebeldes, hombres y mujeres inquietos e incómodos.

En sus estantes hay siempre lugar para el “solo sé que no sé nada”, atribuido al filósofo griego Sócrates, y en sus pasillos están las huellas de los amantes de los acertijos y los enigmas.

Son rincones del planeta en donde se vale interpelar, hacer uso de la incredulidad, buscar otras versiones, respuestas y visiones. En las bibliotecas las dudas no son sinónimo de sacrilegio, herejía, blasfemia, ofensa o disparate; allí se vale preguntar, el deseo de aprender es sagrado.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote