Estamos hablando de un libro de 23,5 centímetros de alto por 15 centímetros de ancho y 8,5 centímetros de grosor. Tapas duras y un total, al menos en el último conteo, de 1.832 páginas.

Su peso: 3,5 kilogramos.

En la misma historia hay otro libro. Este mide 1,5 centímetros de alto por 1 centímetro de ancho y 0,5 centímetros de grosor. Tapas suaves y, en este momento, 34 páginas.

Su peso: lo ignoro, pero lo coloco sobre la uña del dedo meñique de mi mano izquierda y no siento nada; como si cargara con un zancudo.

Hubo un tiempo, hace muchos años, en el que ambas obras parecían publicaciones gemelas: idénticas dimensiones y peso.

Sin embargo, uno de los dos empezó a abusar del otro. Le arrebataba hojas por medio de impuestos, tarifas, cargas sociales, peajes, timbres y otras artimañas.

Fue así como uno de los ejemplares comenzó a engordar a costas del otro. Uno engordaba y se ensanchaba, mientras el otro menguaba y se tornaba cada vez más raquítico.

Al principio, el ahora texto más voluminoso actuaba con cierta racionalidad, elegancia y discreción a la hora de apropiarse del patrimonio ajeno.

Incluso, consciente de que aquella era una relación desigual, le otorgaba determinados beneficios al libro más débil: lo cobijaba con sus páginas en las noches frías, aplastaba a las polillas hambrientas, le contaba historias amenas, lo protegía de los matones del anaquel y de vez en cuando le “obsequiaba” algunas letras (más para calmar su consciencia que como un acto de justicia o generosidad).

No obstante, llegó el día en el que el libro abusivo se volvió descaradamente voraz e insaciable.

Todo el tiempo se la pasaba diciendo que necesitaba más y más recursos frescos, hojas que alimentaran su crecimiento.

El otro libro, el escuálido y siempre sacrificado, le sugería varias medidas: hacer un mejor uso (reciclar) de las hojas que ya no tenían razón de existir y recortar, desprenderse, de las páginas que no aportaban valor.

“¿Por qué tanto miedo y resistencia a socarte la faja y meterte en cintura? ¿Por qué no te organizás mejor? ¿Es que siempre vas a preferir el ordeñar al ordenar? ¡Así cualquiera! ¿Qué vas a hacer el día en que no tengás a quién exprimir más?”

Lo peor del caso es que al menos tres cuartas partes del libro angurriento consisten en estudios, dictámenes, investigaciones, cartas de intenciones y recomendaciones para atender los viejos problemas de la voracidad y la insaciabilidad; documentos que el ejemplar de marras soslaya y engaveta como parte de su adicción a posponer pues le tiene miedo, pánico, terror, a las huelgas de las palabras, los bloqueos de los párrafos, los boicots de los capítulos, las opiniones desfavorables de los adjetivos, el llamado a la rebeldía de los verbos.

El panorama luce grave y puede empeorar, pues el libro voraz e insaciable amenaza con transformarse en una enciclopedia de abusos, ineficiencias, arbitrariedades, excesos, injusticias, desenfrenos y desvalijamientos.

La biblioteca está en peligro…

JDGM