¿Entre quiénes? Un hombre y una mujer, un matrimonio griego con cuatro hijos. Una relación tensa debido a los perennes y agrios pulsos en pro de determinar cuál de los dos tenía la razón en cada conflicto que surgía.

La meta era ganar, aplastar al otro, humillarlo, poder exclamar -lleno o llena de orgullo- ¡gané!

¿Quién ganó en el balance final?

Leamos la respuesta de uno de sus hijos: “Mis padres se pasaron la vida entera peleando y ninguno de los dos ganó jamás. Pero ninguno huyó, tampoco. Los que han huido son los hijos”.

Tanta vanidad invertida en cada discusión terminó por dividir a la familia. Todos perdieron.

El relato de la vida de esa pareja forma parte de la novela A contraluz, de la escritora británica Rachel Cusk (1967).

Mientras leía ese pasaje no pude evitar pensar en una de las personas más ególatras que he conocido en mi vida, un dictadorzuelo que ocupa una importante posición de jefatura en una empresa privada de nuestro país.

Para ese individuo cada debate es una oportunidad de oro para terminar imponiendo su criterio pues a nadie más que a él le asisten la verdad, el conocimiento, el discernimiento, la sabiduría y la experiencia.

Sí, una especie de Fidel Castro o Augusto Pinochet que no acepta más interpretación de la realidad que la suya. Sospecho que para él liderar es sinónimo de despreciar y maltratar… ¡compadezco a quienes están bajo sus órdenes!

Quien ose pensar diferente o dar una opinión distinta, es calificado de “¡imbécil!” por este personaje víctima de una sed insaciable de derrotar y acallar (para lo cual se vale de su autoridad) a quien cometa el pecado capital de llevarle la contraria.

No se da cuenta ese hombre que en el fondo con sus pulsos dialécticos sucede lo mismo que con el hogar del matrimonio griego: nadie gana, no hay empate; todos pierden.

¿Está mal tener ego, un cierto nivel de autoestima? No, para nada. El problema es cuando no somos nosotros quienes tenemos un ego, sino el EGO quien nos tiene a nosotros.

¡Cuánto daño hacen los egos descontrolados y desenfrenados! Un padecimiento del que todos podemos ser víctimas si sobrealimentamos la vanidad, el orgullo, la jactancia, el endiosamiento, la altanería.

Nadie gana en las batallas de los egos (tan presentes a diario en las redes sociales), ¡todos perdemos!

JDGM