Me siento un lector afortunado cada vez que abro un libro y sus primeras palabras son como un gancho de derecha lanzado por la boxeadora Yokasta Valle: me mandan directo a la lona y me dejan noqueado.

Cuando por fin logro levantarme y reponerme, me comporto con absoluta mansedumbre, a expensas de lo que los siguientes vocablos dispongan hacer conmigo.

Sí, celebro cuando los términos iniciales me sacuden, aturden y sacan de la rutina de la vida cotidiana.

Es lo que me sucedió con la novela La pasión según. G.H., de la escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector (1920-1977), publicada por Siruela.

“… Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender”, reza en la primera línea de esa obra que abandonó el vientre literario en 1964.

La protagonista es una mujer de Río de Janeiro, quien un día tiene un encuentro con una cucaracha en su casa, específicamente en la habitación de su sirvienta.

No voy a contarles lo que ocurre a continuación, pero sí quiero decirles que en aquella dama de alta sociedad se desatan una serie de reflexiones íntimas y profundas sobre su vida.

Ese encuentro inesperado con tan desagradable insecto (el que más detesto) envió a G.H. a la lona de la introspección.

A mí, en cambio, me derribaron las primeras seis palabras de la historia ya que el tema de la búsqueda es uno de mis favoritos. Si tuviera que elegir un vocablo que me defina, posiblemente sería “buscador”.

Siempre estoy buscando comprender desde los misterios más pequeños -aunque no por ello insignificantes- de la existencia (por ejemplo, los hermosos dientes de león que nacen en los caños), pasando por los medianos (como los ritmos de las olas y los tiempos de las lluvias) hasta los más grandes (el comportamiento humano, el amor, la soledad, la fe, el miedo…).

Puede resultar paradójico, pero más que respuestas busco preguntas, dudas, interrogantes. Me siento más a gusto con las inquietudes que con los dogmas y las certezas.

Buscar, según mi propia definición, es tener siempre hambre de no terminar de entender. Una pregunta es apenas un eslabón de una infinita cadena.

Es más, la gente que cree saberlo todo, tener respuestas para todo, opiniones contundentes para todo se me hace sospechosa, pero allá cada uno con su vida.

Soy del criterio de que las dudas son más sanas que las “verdades infalibles”.

¿Por qué? Pienso que buscar es, en el fondo, un acto de humildad por parte de quien ansía comprender, en tanto que los coleccionistas de certezas -no todos, pero quizá muchos- se tornan violentos cuando sus dogmas son puestos en tela de duda.

El buscador disfruta el placer de ser noqueado una y otra vez por los descubrimientos; el infalible arremete, ataca, lanza directos de izquierda y derecha a las mandíbulas de quienes osan poner en entredicho sus “verdades”.

Soy un lector afortunado porque me dejo sacudir por las palabras. Soy un buscador dichoso porque no estoy atado a posiciones escritas en piedra.

JDGM