No fue sino hasta ayer que me enteré de una repulsiva subasta que se realizó hace 38 años. Conocer ese episodio, propio de un mundo que le pone precio a todo, me produjo náuseas.

El hecho tuvo lugar después de la guerra de las Malvinas que enfrentó a los ejércitos de Gran Bretaña y Argentina en el Atlántico Sur.

La disputa duró poco más de dos meses y se originó cuando los dictadores militares argentinos decidieron apoderarse de las islas Malvinas, en posesión inglesa, para intentar restaurar su erosionado prestigio ante los ciudadanos.

Sin embargo, lo único que cosecharon aquellos tiranos engolosinados con el poder desde 1967 fue una humillante derrota. Un epílogo doloroso para una jugada repugnante.

Como repugnante fue también la subasta organizada por una “sociedad benéfica” inglesa una vez finalizados los combates: se remataron armas y uniformes abandonados por los soldados argentinos en el campo de batalla.

Los fondos obtenidos se destinaron a heridos ingleses y familias que perdieron a seres queridos durante la guerra.

Ello no justifica, en mi modesta opinión, las pujas que se dieron por conseguir artículos como el del Lote número 170:

“Una bota, todavía en bastante buen estado, abandonada por un sargento argentino durante la desbandada. Desgraciadamente no hemos sido capaces de encontrar la otra bota. Precio de salida: 2.000 libras”.

El relato breve de esta subasta, donde la dignidad humana se vendió al mejor postor, forma parte del libro El lugar del paraíso, del filósofo francés Clément Rosset (1939-2018) y publicado por la Editorial Anagrama.

Lamento haberles echado este balde de agua fría, pero así es la literatura: igual nos obsequia momentos de inmenso placer que nos confronta con la cruda realidad.

JDGM