Hoy almorcé -acatando las respectivas medidas sanitarias- con mi madre. Lo hice por tres razones: primera, me hace mucha falta; segunda, hoy mi tata habría cumplido 82 años, y tercera, quería presentarle el nuevo sitio web de Don Librote.

Se me escaparon unas cuantas lágrimas en cuanto la vi y escuché su voz. Ella me enseñó que los hombres también tenemos derecho a llorar, mostrarnos vulnerables, frágiles, débiles.

El escritor Julio Cortázar, cuya ilustración acompaña a este texto, estuvo presente…

¡Nada mejor que la comida preparada por mamá! El condimento del cariño es mágico en la cocina; ¡mucho mejor que el ajo, el orégano o la pimienta!

Conversamos, reímos, lloramos, recordamos al viejo, ese esposo, padre y abuelo ejemplar que llenaba la casa de amor, nunca de violencia.

Es cierto, “Julito” -como se refiere a Cortázar mi amigo argentino Martín Dinatale- fue testigo de ese encuentro en el que también estuvieron presentes mi hermano mayor y sus dos hijos.

Tomamos café y comimos rosquetes sobre una mesa en la que había una taza con tentadores jocotes maduros.

Y sí, le mostré la nueva casa de Don Librote. Le expliqué qué era el Home y qué los subhome, y le leí notas, vimos videos, contesté sus preguntas y reí sus ingeniosas ocurrencias.

Cortázar, el cronopio mayor, nos acompañó. Sí, el autor de Rayuela, 62 Modelo para armar, Bestiario, Final del juego, Queremos tanto a Glenda, Libro de Manuel y Las armas secretas, entre otras obras (por ejemplo, sus cuentos geniales).

Después, mamá me regaló un juego de pluma fuente, dos bolígrafos y un lapicero con minas de 0,5 milímetros que perteneció a mi papá; recuerdo que lo acompañé a comprar esos instrumentos -de plata y labrados- en el desaparecido Bazar Parker en el centro de San José.

Además, me invitó a ir al estudio-biblioteca de mi “taita”, como decía el viejo, y escoger algún libro. Seleccioné dos, un estudio erudito sobre las parábolas de Jesús y otro titulado Antología, de Julio Cortázar, publicado por Librería del Colegio, en Buenos Aires, Argentina, año 1975.

–Mirá vos -pensé- mi viejo, mi querido viejo (“ahora ya caminas lento, como perdonando el vieno”), tenía en su biblioteca un libro de uno de mis escritores favoritos, un autor que siempre me invita y reta a tratar de ver el otro lado de la realidad, la cara oculta de la verdad, y tener presente que todos llevamos un niño adentro, el pequeño que fuimos.

Julito ocupa un lugar importante en mi biblioteca, dos anaqueles, y ahora un poquito más grande gracias a una tarde mágica con mi madre.

JDGM