Decidió tomar un baño de tinta para pluma fuente en la tina de su casa. Hacía tiempo quería hacerlo.

Vació 918 frascos de Pelikan color vino; 329, de Parker roja; 551, de Cross verde; 197, de Kaweco púrpura; 204, de Waterman azul; 183, de Mont Blanc negra, y 301 de Lamy amarilla.

Luego se desnudó y se sumergió hasta el cuello.

El olor de la tinta lo relajó y rápido lo venció el sueño. Durmió una, dos, tres, cuatro horas, veinte minutos y cuarenta y seis segundos.

Apenas despertó recordó que había soñado que escribía un poema que lo obligó a batallar con las escurridizas palabras, pastillas de jabón que se le resbalaban de entre las manos.

Logró terminarlo, pues tenía fresca en su mente la imagen del preciso instante en el que puso el punto final sobre una hoja de papel que olía a champú de yerbabuena.

Permaneció media hora más en la tina, tratando de recordar el poema que había redactado en sueños, pero lo único que resonaba en su cabeza eran los ronquidos con que había producido un leve oleaje en aquel mar indeleble.

Salió de la tina y caminó hasta su cama, en donde se acostó sin secarse sobre un edredón cuyo estampado imita los renglones de un cuaderno.

No tardó ni diez minutos en dormirse.

Al día siguiente despertó a las seis y quince de la mañana. Se levantó y descubrió sobre el cobertor de la cama el poema que había tratado de recordar.

JDGM