Tiene razón la escritora española Paloma Díaz-Mas (1954): no todas las personas a nuestro derredor pueden expresar la intención de ingerir alimentos.

Algunos -en los que enfoco estas líneas- porque aunque el apetito se los pida o el hambre se los suplique, no tienen nada para beber o masticar. En sus casas no hay pan, leche o tan siquiera un huevo. ¡Nada de nada!

Coincido con la autora de El pan que como, publicada por la Editorial Anagrama en abril de este año, cuando afirma que no tenemos que ir muy lejos para encontrar gente que cada noche se acuesta con el estómago vacío.

Puede que sean más de los que pensamos o imaginamos, o de los que tienen nombre de número y rostro de gráfico en los indicadores de pobreza extrema.

Claro, abordar el tema de la miseria con el lenguaje de las cifras nos permite suavizar o maquillar el problema, pues no es lo mismo hablar del hambre de un determinado porcentaje o quintil que de aquella que padece una familia vecina.

Existen, son reales, seres humanos cuya situación se ha agravado en este 2020 de vacas flacas y toros esmirriados.

Pienso en ellos y recuerdo al mendigo con quien me topé en San Juan de Tibás en vísperas de la Navidad de hace unos quince años. “Mi hermano”, me dijo mientras sus ojos brillaban de alegría, “vea qué belleza lo que acabo de encontrar. Hoy vamos a comer en casa”.

Lo que acababa de descubrir aquel hombre de unos cuarenta y cinco años eran ocho latas de atún vencidas… Esa noche lloré mientras cenaba.

“En mi caso, ahora, soy yo quien decide y yo quien come, y lo hago como quien ejerce un derecho fundamental del cual depende la vida, mi vida”, dice la también autora de Lo que aprendemos de los gatos y Una ciudad llamada Eugenio.

Así se expresa en el primer capítulo de El pan que como, cuyas primeras tres palabras son: “Voy a comer”.

Y agrega: “Comemos, por así decirlo, de una manera individualista, como si los otros no tuvieran nada que ver en el acto, a la vez primitivo y refinado, de comer”.

Recuerdo también a la mujer andrajosa a la que hace algunos años le regalé diez mil colones por haberme ayudado a recuperar un teléfono celular que acababa de perder.

“Señor, ¿sabe qué voy a comprar con parte de este dinero?”, me preguntó, “un chiverre y una tapa de dulce porque los pobres también tenemos antojos”.

Finalizo con otras palabras de Paloma Días-Mas: “Dar comida como forma de comunicar amor… Ofrecer un plato como quien se ofrece a sí mismo”.